lunes, 25 de febrero de 2013

Murakami en la orilla


“Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales”, escribe

Haruki Murakami (Kioto, Japón. 1949) en Tokio Blues, el autor japonés no es una

celebridad, en una época donde la búsqueda afanosa de la fama es casi patológica.

Ama la cultura pop: las series de televisión (compró la casa donde se filmó la primera

temporada de “Lost” en Hawai), las películas de terror, las novelas de detectives, la

ropa sport, la música (en sus novelas el jazz, el pop y la música clásica es recurrente)

amante del surrealismo, admirador de Scott Fitzgerald, John Irving, Manuel Puig (de

los que fue traductor) o Vargas Llosa y enemigo de Mishima. Cuenta la leyenda que

mientras veía un partido de béisbol se le ocurrió la idea de escribir y así nació “Escucha

al viento cantar”. Autor minimalista que cuenta historias tan adictivas como las mujeres

“Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin

Aunque, si me tomo el tiempo suficiente, puedo revivir su imagen. Sus manos

pequeñas y frías, su pelo liso, tan bonito y agradable al tacto; los lóbulos de sus

orejas, suaves y carnosos, y el lunar que tenía debajo; el elegante abrigo de piel

de camello que solía llevar en invierno; su costumbre de mirar fijamente a los ojos

cuando hacía una pregunta; el ligero temblor que, por una u otra razón, vibraba

en su voz (como si estuviera hablando en lo alto de una colina barrida por un

fuerte viento). Al sobreponer estas imágenes, su rostro emerge de repente. Primero

se dibuja su perfil. Tal vez porque Naoko y yo solíamos andar el uno al lado del

otro. Por eso el perfil es lo que primero emerge en mi recuerdo. Después ella se

vuelve hacia mí, me sonríe, ladea la cabeza, me habla y me mira fijamente a los

ojos. Tal vez esperaba ver en ellos el rastro de un pececillo que cruzaba, veloz

como una centella, el fondo de un manantial de aguas cristalinas”.

Pasa de ser un escritor de culto a uno de fama mundial en poco tiempo. Y no es

casualidad, habla de los temas arquetípicos en la literatura: la soledad, la sexualidad, el

amor, la pasión y el misterio; pero con un estilo único que nos atrae desde las primeras

líneas. Su narración ronda entre la ensoñación y el surrealismo. Será que sus personajes

viven en un ambiente tan onírico como real.

Ha comprendido el mecanismo perfecto con que la televisión ha atrapado a los

espectadores y lo usa en su narrativa. Es posmoderno en toda la extensión de la palabra,

es decir, su tema fundamental es el individuo débil, atomizado por las circunstancias,

solitarios, que gustan de hacer ejercicios como nadar.

No intenta ser brillante, ni parecer demasiado ilustrado: sus personajes son

estoicos, sin grandes aspiraciones, ordenados, limpios, metódicos, que gustan de

cocinar y las mujeres. ¿Dónde radica la originalidad de su obra? En las situaciones y el

ambiente donde se desarrollan las historias.

De pronto alguien desaparece, se esfuma, como queriendo decir que en este

mundo estamos desapareciendo siempre, sin despedirnos. Es la ausencia un personaje

más de la obra, se tiende como un manto presente y es la búsqueda el argumento

principal, muchas veces sin angustia, es buscar por buscar, por curiosidad. Es indagar

cómo despertar cuando se está en ensoñación.

“Creo que, poco a poco, invirtiendo mucho tiempo, me he ido creando un mundo

propio. Y cuando estoy en él, yo sola, me siento hasta cierto punto tranquila y

segura. Pero el hecho de haber tenido que construirme este mundo significa, en sí

mismo, que soy una persona débil, frágil, ¿no? Además, desde el punto de vista de

la sociedad, mi mundo es algo insignificante. Parece una casa de cartón que un

vendaval puede llevarse en un abrir y cerrar de ojos…”

Un fundamento de la filosofía oriental que nos es difícil de comprender es su

relación con el vacío. Mientras que en occidente intentamos siempre llenar los huecos

en cualquier rincón, los orientales intentan vaciarlo todo, dejando lo puramente esencial.

Es la promesa de los autores japoneses, y por supuesto, con Murakami no nos vamos a

decepcionar, su escritura es impecable, no usa frases ni palabras de más. Su narrativa

descarna, no oculta nada. Es como sus personajes, ordenada, pulcra, nunca juzga y hasta

cierto punto, maneja una unidad tonal, lo que para unos puede representar una debilidad

pero lejos de ser un defecto, al final resulta toda una improvisación de jazz (Murakami

se sienta frente a la computadora como frente a un teclado de un piano).

Sus personajes suelen ser jóvenes en trabajos medianos o sin trabajo, le gusta describir

lo que sus personajes cocinan ya que, piensa que, en la medida en que pueda expresar

los olores, colores y sabores de la comida, su escritura se perfecciona:

“Cuando sonó el teléfono a las diez de la mañana, Tooru Okada estaba cocinando

unos jugosos espaguetis al dente mientras escuchaba una ópera de Rossini. La

hora puede parecer intempestiva, pero una de las ventajas de no trabajar consiste

en que uno puede gozar de su tiempo de la forma que más le plazca, incluso

permitirse un suculento banquete a media mañana. Una voz anónima se desliza al

otro lado del hilo telefónico, Tooru Okada no puede reconocerla, sin embargo ella

parece saber muchas cosas sobre él...”.

A Murakami no le interesan los perros pero los gatos suelen ser recurrentes en

su obra, en “Kafka en la Orilla” el personaje Satoru Nakata un sesentón que, durante

una excursión infantil, al recoger setas, fue víctima de un coma colectivo; al despertar,

Nakata es el único de los afectados que ha perdido la capacidad de leer por la pérdida de

la inteligencia en general, pero a cambio ha recibido el misterioso don de hablar con los

gatos y cierto día, mientras busca un gato perdido, Nakata se topa con Johnny Walker,

personaje cruel que ha abandonado las etiquetas del whisky para dedicarse a matar

gatos, comerse sus corazones y coleccionar sus almas.

Pero hay momentos para filosofar, para intentar descifrar el mundo que nos rodea,

abrirlo, leerlo y amalgamar algunas frases que nos pegan, disertaciones, monólogos en

los que sumergirnos resulta una ola de intempestiva sorpresa:

“El odio es una sombra negra y alargada. En muchos casos, ni siquiera quien lo

siente sabe de dónde viene. Es un arma de doble filo. Al tiempo que herimos al

contrincante, nos herimos a nosotros mismos. Cuanto más grave es la herida que

le inflingimos, más grave es la nuestra. Puede llegar a ser fatal. Pero no es fácil

librarse de él. Usted también debe tener cuidado, señor Okada. El odio es muy

peligroso. Y, una vez ha arraigado en nuestro corazón, extirparlo es una tarea

Murakami no es caótico, porque su escritura fluye de entre el silencio como

música, pero sus obras tienen un arraigo especial después de las tragedias y del caos,

parecen comprenderse después de un terremoto, como el que sacudió Japón en 1995, o

después del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre, aumentó la venta de sus

libros en Estados Unidos. Lo mismo ha sucedido en España y Alemania.

De qué hablo cuando hablo de correr (autobiografía) 2010

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas 2009

After Dark 2008 editado en español en el año 2009

Sauce ciego, mujer dormida 2008 (2009)

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