martes, 19 de febrero de 2013

El barco de oro, cuento gótico. -Raúl Blackaller-


El barco de oro
Todo pueblo suele tener dos pilares fundamentales: las leyendas y las iglesias. Pilares que son muy distintos entre sí, de los primeros muy difícilmente se podría saber su origen pero guardan siempre relación con los miedos y las frustraciones del pueblo en cuestión. Puede ser que no se quiera que los niños no se acerquen a los ríos en la noche, es por eso que la llorona siempre merodea cerca de donde hay agua. El hombre sin cabeza que vive en los lugares boscosos o del gendarme que cuida de los techos. De las iglesias todo mundo se sabe su origen, los evangelizadores llegaban a un lugar y su primera misión era construir una iglesia. Ésta historia trata sobre una iglesia y una leyenda.
Esta iglesia podría ser de cualquier pueblo en cualquier ciudad. Concebida como reino y hogar de los elegidos ha sido edificada en forma de nave, a semejanza de las narraciones sobre el Arca de Noé. Esta nave aparece navegando o descansando ya en puerto, pero constituyendo la única salvación para los hombres en medio de las aguas. Es por eso que su bóveda es muy alta, a semejanza de un barco en el astillero, las vigas del techo se juntan en la parte central dando la impresión de estar viendo la parte flotante de un barco. Una imagen llama mucho la atención a los fieles, en alto relieve se encuentra la figura de una mujer con los ojos vendados. Es una alusión a la sinagoga, la referencia antagónica, es una clara alusión a la ceguera que se le atribuye al judaísmo, que no quiere reconocer la verdad de Jesucristo. Aunque por estas partes no hay judíos. La imagen más socorrida es un cristo en un ataúd de cristal con el rostro sangrante y que todos los viernes santo se abre para que la gente le bese. Es una ceremonia impactante. Por fuera hay varios símbolos que llaman la atención, sobre las enormes puertas hay un ancla labrada sobre la piedra, su fin en un barco es ofrecer estabilidad, fortaleza y confianza. Para los cristianos representa el símbolo de la firmeza y esperanza que les otorga la fe. A los lados de la iglesia no pueden pasar desapercibidos dos grandes gárgolas aladas de rostros fieros, guardianas de la puesta del sol ya que las iglesias se edificaban siempre con las puertas viendo el ocaso, representando el pecado y el infierno por donde todos entraban para después salir por las puertas laterales, simbolizando la purificación que el alma ha sufrido con la ceremonia. Las iglesias pueden ser lugares muy lúgubres y oscuros, en la noche se puede sentir un ambiente escalofriante con todas esas velas encendidas que le dan vida a las sombras. Luego la madera de las bancas que truena y el eco inconfundible gracias a la excelente acústica.
El sacerdote de la iglesia era un hombre que llevaba muchos años como párroco del lugar, ya nadie sabe cuántos, se llama Asunción. Tendría unos 80 años, de pelo canoso y escaso, robusto y usaba lentes. Su andar era lento  con una leve cojera producto de una reciente caída, para algunos combinaba muy bien con la iglesia, todos lo consideraban muy conservador, otros lo llamarían antevaticano refiriéndose a que por su avanzada edad seguramente dio misa en latín, es decir, antes de las reformas del concilio Vaticano II. El sacristán era 20 años más joven que el sacerdote, bueno joven es un decir. Alto, espigado, poco atento y siempre con una cruz de madera colgando del cuello. Llevaba todo lo administrativo de la iglesia y cuidaba del sacerdote y de las conciencias del pueblo, es decir, era el chismoso. Las mujeres puritanas siempre iban con él para enterarse o contarle todas las peripecias de las gentes poco prudentes del lugar, que siempre eran los mismos, que si al de la carnicería se le fueron los ojos con la lagartona, que si la lagartona se me metió con el viudo o si la de la dulcería le endulzó la oreja al mecánico. Bueno no le seguimos para no meterlos en problemas.
La iglesia tenía un cuarto en la parte de atrás, donde vivía el padre, el agregado era reciente y no tenía nada que ver con la arquitectura soberbia de la iglesia. En la noche estaba acostumbrado a que se escucharan ruidos, algunos los podía identificar pero siempre había uno que otro que nunca sabía de dónde provenía, pero por su edad el padre no se levantaba a verificar. Pero en las últimas noches escuchaba ruidos extraños muy constantes que duraban desde muy temprano en la noche hasta entrada la madrugada. Aquí es donde entra la leyenda.
En algunos pueblos, si no es que en todos, se dice que cuando se escucha un ruido de monedas hay dinero enterrado. El padre hace mucho que había dejado de ser supersticioso pero el ruido en las noches, el sonido de monedas tintineando le taladraban los oídos y eso que no escuchaba muy bien. El ruido se fue haciendo cada vez más insoportable, aumentaba y nunca disminuía, sólo los rayos del sol acababan con ese tormento. El padre lo había intentado todo, desde taparse la cara con una almohada hasta ponerse algodones en los oídos pero nada funcionaba.
Una mañana la iglesia amaneció cerrada y con un letrero que decía: “en remodelasión”, si así con s, no me he equivocado. Lo que no puedo poner es la letra temblorosa del padre Asunción. La gente no comprendía, remodelación de qué, nunca había entrado un albañil, pero dentro se escuchaban golpes, como si alguien estuviera escarbando. La iglesia no tenía ni medio día cerrada y una de esas puritanas, ya estaba muy molesta por no poder entrar a la iglesia, a Doña Adela le faltaba una hora para cumplir veinticuatro sin confesarse y ya se sentía en pecado mortal. Imaginen después de dos días sin poder entrar a la iglesia sentía que su alma estaba tan sucia que iba a necesitar un baño de agua bendita.
Los golpes solamente cesaban de noche y ni el sacerdote ni el sacristán fueron vistos salir de la iglesia, había guardias para vigilar los movimientos de la iglesia o avisar cualquier cambio. Aquellos que nunca se acercaban a la iglesia comenzaron a preguntar qué sucedía porque tenían a sus mujeres en casa todo el tiempo, cosa que no es aceptable. Fue Doña Adela precisamente quien organizó todo para entrar a fuerza, fue casa por casa enterando a todo mundo de la situación, reunió a casi todo el pueblo en la plaza, armados con palos y machetes, como en los viejos tiempos en que se perseguían brujas y hechiceras. Desfilaron rumbo a la iglesia, después de unas cuantas amenazas con gritos en los que conminaban al sacerdote a abrir las puertas y abrir el confesionario o ya mínimo dar una bendición. No obtuvieron respuesta alguna y se decidieron a derrumbar el gran portón de madera que resguardaba la iglesia, entraron pero no vieron nada, sólo una leve nube de polvo que cubría el interior, pero nada del padre Asunción ni del sacristán.
Entraron por el gran portón a través de las bancas hacia donde se escuchaban los ruidos, atrás del altar. Entonces vieron al padre Asunción con el sacristán de la Iglesia en camiseta y con palas en las manos haciendo un gran hoyo en el suelo del cual ya llevaban varios metros de profundidad y de ancho, se veía que le había dedicado mucho esfuerzo a la tarea, el padre se veía cansado. Nadie comprendía cómo a su edad podía cargar una pala todavía. Todos en silencio, no queriendo romper la sorpresa se veían unos a otros hasta que en medio de la confusión, alguien gritó: —¿Qué están haciendo?
—Es parte de la remodelación, murmuró el padre Asunción casi sin aliento.
—¿Hacer un hoyo en el piso?
—Y detrás del altar frente al santísimo— dijo Doña Adela persignándose solemnemente.
En ese momento el sacristán vio algo que brillaba en el fondo del foso, se agachó para tomarlo y sacudirle la tierra a una moneda grande de oro que parecía de tiempos de la revolución.
—¡Es oro! ¡Padre tenía razón hay oro! -Gritó emocionado el sacristán, pero todavía no había terminado su sorpresa cuando todos los presentes se metieron al hoyo tratando de encontrar más monedas, la confusión fue terrible se aplastaban, empujaban unos a otros. Hasta que se escucho el grito de alguien:
—¡Momento, momento!— el carnicero movió los brazos de un lado a otro y sólo cuando todos se hubieron callado y dejado de moverse  pudo decir: —¿Padre?
Todos se quedaron en silencio cuando vieron a Doña Adela arrebatándole una moneda al cuerpo sin vida del padre Asunción, nadie se había dado cuenta que cuando todos entraron a la fosa, el padre Asunción quedó completamente sofocado por la muchedumbre muriendo casi instantáneamente.
El silencio fue sepulcral, no supieron si fue alguien quien lo propuso o todos comenzaron a enterrar al padre junto con el oro, no hicieron lápida, tan sólo terminaron su trabajo y se retiraron a seguir sus vidas. Compartiendo la culpa y el remordimiento. Las autoridades de la iglesia no hicieron preguntas, esperaban la muerte del padre hace tiempo incluso ya le tenían remplazo.
Llegó un nuevo sacerdote al pueblo por supuesto ignora lo que ha sucedido, tampoco nadie ha tenido el valor de confesárselo, es joven, recién ordenado pero tenía una duda: dónde fue enterrado el padre Asunción, pero no le toca a él averiguarlo. Llega con toda la energía de su juventud pero... Una noche se encuentra dormido en su recámara, un domingo después de la última misa, se despierta... escucha el sonido de incesantes metales golpeándose unos a otros, que no lo dejan dormir...

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