Tal vez nunca encuentre la palabra,
o el aliento suficiente,
incluso la medida de las cosas
sigue perdida en alguna parte.
Si me llamas no te ignoro,
si sigues mis pasos no correré.
Es más,
dejaré que me atropelles,
me desmenuces,
me destripes,
con la condición
que vuelvas a hilvanar
mis vísceras.
No quiero seguir el humo,
aunque me acaricie lujurioso,
aunque me haga llorar,
aunque me haga sentir,
disentir, vivir o desvivirme
por una razón divina.
Me opacas cuando me ilumino,
me envenenas con tu asombro
cuando intento tejer ideas
con hilos de todos los azules.
Calla vida sombra,
sigue callando vida
no te solidarices
con las oquedades en mi voluntad.
Amenázame sin restricciones,
álzame sin piedad la voz,
castígame hasta que implore
por un poco de tu misericordia.
Ahógame en tu pecho,
y dame palmadas en mi nuca,
que no quiero nada de luz,
ni paz.
Es preciso una guerra,
de donde los corazones han vuelto,
jadeantes y sordos.
Lávame con el brillo de tus pies
todas las heridas,
pero no dejes de torcerme la piel
al arrullo de tus dedos.
Coqueta,
he visto tu semilla,
pero me nace decirte que
la lances al suave vacío
donde germinará en un tuerto.
Gloriosa,
en tu trono de infierno
luces tu corona de algodones
sin piedras calizas
pero escupida de fuego y cenizas.
Diosa,
que todo sabes,
incluso el origen, incluso el fin,
y no te importa
ignorar toda sujeción
a satánicos posesos.
Quiebra,
y pule de amante
las duras lágrimas
que me arrancas
al amparo de tus venas.
Ama,
que yo excavo
en órdenes de cláusulas
no pactadas,
donde sin condiciones me rindo.
Huye amor, porque si puedo poner mi mano en tus hombros
me adheriré a ti hasta que la eternidad se agote,
aunque eso implique desangrarte
hasta que golpee el aliento tus pulmones.
Y me insufles un trozo de ese instante,
donde has tenido lujuriosas ideas.
Ojalá no puedas refugiarte detrás de las letras capitales
sus faldas son tan cortas y su poesía monosilábica,
que no te deslumbren los gustos tan arrastrados,
pues te advierto que su intención es refugio de apostadores.
Que aparentando todo, sólo busca llevar tu foto en un llavero,
mientras su llave abre una sola vieja y morena cerradura.
No sueñes con amores que surgen de volcanes
sin lavarlos con dos dígitos de inteligencia,
aunque no te pido que calcules pasados y futuros,
porque esos se quedan en los riñones dentro del féretro.
Arrojados con todos esos deseos putrefactos
que alguna vez soñaron que las puertas nunca abrieran.
No subas,
no te ensalives,
no te humedezcas,
no eleves plegarias que quieran borrar al menos un pasado.
Aquí estoy para soplar tiernamente un huracán,
que transformará las montañas nevadas en cerros pelones.
Me plantaré en tiernos mezquites devorando insulsos pinos.
Hasta que suspires el veneno de su ombligo,
o asesines la tierna granada,
aunque explote y se lleven las esquirlas tu dentadura
con la que has mordido cabellos de suave poesía.
Ahí estaré, esperando a que lances todas las flores,
al fin y al cabo son proyectos de frutos,
son remedos de colores,
son terribles y lejanas imitaciones de mis manos.
Tus brazos no serán prisión suficiente
para tanto hastío,
querrás arrancarlo hasta que la raíz se pudra.
O hasta que el encanto se lleve toda la maleza
seca y espinosa que se acumula en el alma.
Arranca todos y cada uno de los vellos de tu brazo,
selecciona aquellos que se han quedado con mi aliento,
tíralos por el desagüe de las lamentaciones
y olvídate de ellos.
No soy un recuerdo,
ni siquiera la personalidad en tu mente,
no soy lo que escribo.
Voy siendo lo que he decidido.
Así que puedes depilarte de mí
todo lo que quieras,
masacrarme en tu mente,
que yo sigo espantándome las moscas,
y matando moyotes.
Seguiré rasurándome la pelvis
para no guardar olores cavernosos,
y quedarme solo contigo.
No debo arrepentirme del horror que me provocas,
como no debo avergonzarme de mis canas,
ni de escribir este poema sobre vidrio.
El arrepentimiento es la blasfemia,
no permitiré que me lleven a la hoguera,
donde quemaren una a una mis letras.
Te negaré tres veces
y todas las que sean necesarias,
el infierno es un premio al amor.
Hay que huir de todas las letanías,
y de las promesas de salvación,
nadie lo sabe, nadie lo ha sabido nunca.
Ya no busco ni dejo que me encuentre,
el suspiro santo que redime
pecados que se multiplican.
Aplastar la fe,
despertando la conciencia
del sueño profundo que crucifica certezas.
Creo en la muerte y en su asechanza,
que me convierte en un triste sueño,
o en una larga serie de átomos sin alma.
Estoy dudando si la vida es sueño,
o una dulce pesadilla.
Con tiernas arrabaleras tropezando
para caer en el sarcasmo.
No beatificaré caricias casuales,
ni milagrosas proposiciones.
Vámonos al fin de los silencios,
matemos luces de estrellas con tragos de ardores pasados.
No torzamos la cabeza para mirar atrás,
Podríamos caer en el encanto de los exorcismos.
¿Cómo asesinar recuerdos ajenos?
¿Cómo puedo disfrutar el fuego cruzado en mi mente?
Vive Sade en una prisión dentro de mi piel,
escribe con mi sangre conjuros y maldiciones.
Te advierto, aunque no soy quien,
que no quedará una sola espina que sufra.
Te inhalé cual aire puro,
hasta el fondo de mis deseos deprimidos.
Y ya no te encontré,
te escurriste cobarde entre líneas enemigas.
Y ya no regresaste,
me quedé esperándote hasta marchitarme.
Tengo fobia de la ausencia,
porque es cruel y me azota la cabeza
contra la memoria y algunos recuerdos.
La desgracia es que no puedo desarmarme,
como no puedo quitarme ni pies ni orejas,
para dejar de caminar y escuchar.
No quiero seguir pensando que tu guerra
fue acabando una a una mis trincheras,
y ya he cedido parte del territorio.
Queda muy poco de mi,
un suspiro putrefacto,
o un silencio acusador, tal vez.
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