lunes, 7 de febrero de 2011

Sobre mí

Primogénita; con orígenes en una familia sencilla; mi padre, a quién no lo puedo etiquetar con un oficio de planta, pero si como una persona que siempre le ha sabido buscar y salir librado de un montón de hazañas, desde sus aventuras a caballo en San Pedro del Gallo, Dgo, hasta como cuando literalmente “se lo llevó el tren”, y de cómo logró radicar en un país sin saltar bardas o mojarse, todo con su pinta natural que hasta ni parece no ser de ahí , hablando español y sin un peso en la bolsa.

Eso sí, celoso como cualquier padre con sus hijas; además argumenta que yo no me voy casar y que lo cuidaré cuando él ya esté más viejo.

Mi madre, un contraste total; educadora, con un gran amor hacia su trabajo; de ésas maestras que dejan huella en sus alumnos. Además, es tan directa que por lo mismo puede agradar o no a los demás, quizá de ahí algo de mi actitud también.

Creo que mi papá hubiese querido que fuera niño para llevar su nombre, pero eso le tocó a mi hermano menor; yo llevaría el de una glamourosa cantante de los 80’s con apellido Fox, y mi segundo nombre que pocos conocen y que suelo abreviar con una M. es la unión de ambos nombres de mi madre, Maria Elena, Mariel, combinando así con mi apellido Valenzuela, que tiene sus orígenes en mi tatarabuela, madre soltera de los gemelos que continuaron con el legado de la familia.

Viví mi infancia en el lugar de origen de mi padre, rodeada de árboles, vacas, caballos, gallinas y todo el ambiente con pajaritos y un río que podríamos recrear.

Pocos conocen el dato, pero a los dos años y en mis exploraciones por el mundo, yo tenía vacas en mi patio y me pareció oportuno saludarlas; me acerqué a una de ellas mientras comía y como respuesta obtuve una patada en mi cabeza que me desplazó hasta un árbol cercano. Mi mamá recuerda la escena, y sigue sin comprender como fue que me le escapé aquel día. A veces también me gusta adjudicar a ése accidente mi pensamiento y actitud. “Oh, es que de pequeña una vaca me pateó en la cabeza”.

Mi mamá recuerda San Pedro del Gallo como aquél lugar donde fue feliz y sin preocupaciones, sin embargo, ahí solo podría aspirar a terminar en la telesecundaria, y ello no le convencía mucho para mi formación.

Viví con ella todo lo que implica como maestro “ranchar” para poder llegar a la ciudad; y por lo mismo se decidió que mientras ella llegaba, yo viviría con mi papá y mis abuelos en Gómez Palacio.

Lloré al ingresar a la primaria, pero me acoplé inmediatamente. Ser hija de maestra tiene sus ventajas; cuando entré a primer grado ya leía, mi mamá me enseñó aquello de las sílabas y las palabras; tenía cuentos de Disney, de ésos que incluían un libro y un cassette.

Siempre fui de las alumnas distinguidas, de las que participan en clase y preguntan hasta lo que no decía en el texto o se imaginaba situaciones que el maestro no esperaba. La de las altas notas en los exámenes y la que iba a los concursos de “confrontación académica”. Así fue hasta la secundaria, siempre con las calificaciones casi perfectas, pero lo más interesante era que no las buscaba, solo se daban, y no entendía por qué mis compañeros no obtenían lo mismo, si no estaba tan difícil. El día que saqué un siete en química entendí que la perfección no existe y que yo no lo sé todo; fui feliz.

Mi educación media superior me introdujo a nuevos conceptos sobre hacer las cosas, que la calidad no es una moda pasajera y aquello de saber cómo funciona el mundo y el lugar donde sucede la magia en las industrias me llamaría la atención, la suficiente para estudiarlo de tiempo completo, eso mientras las letras me acompañaban en mi camino, pues obtener un título nobiliario, digo, un papel que diga que tuve la disciplina de terminar una carrera, no limita que también pueda estudiar el mundo a mi alrededor, del cual no me dan un documento oficial acreditándome como tal.

Considero que disfruto el momento en el que esté o lo que hago mientras vivo, desde jugar debajo de un mezquite con mi amigo imaginario, hasta haber ganado en un concurso de dibujo de pau-pau; apreciar el cielo de los lugares alejados de las luces; el meterme a todas las disciplinas musicales sin éxito alguno, o descubrir que me gustan los motores por la oportunidad que tuve en mi último trabajo; así que definitivamente hay muchos factores que no estaban en el plan, pero es divertido porque así hay más material para seguir escribiendo.

Samantha M. Valenzuela

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