sábado, 12 de febrero de 2011

Autobiografía manual

Qué onda todos, escribe Abraham. Les dejo mi texto para quien no tenga nada mejor que hacer que leer sobre la vida de otros en Internet (que somos todos). No tiene todas las correcciones y sugerencias que me hicieron, pero sí tiene las líneas faltantes que se comió mi impresora.

También les dejo un link a mi blog literacoso:
http://www.xrdnet.com/beliteratura/
Enjoy!

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Mi vida empezó, mal. Lo que hacía en la escuela, mal. Y luego se perdió mi perrito. Me duele la cabeza. Estoy seguro que desde el vientre materno ya me esperaba todo eso, sabía que planeaban quitarme mi cordón umbilical (yo le llamaba room service) y arrojarme a un mundo frío y morado, donde duele respirar, y encima decirme que lo que hago está mal. Desde entonces decidí revelarme, tenía que conquistar al mundo, y si no al menos torcerle un poco el pescuezo. Tenía un canasto gigante lleno de juguetes, menos un Voltron, que por alguna razón siempre estaba en el clóset de arriba, y cada que lograba sacarlo mi mamá lo regresaba a su lugar. Me acuerdo que luego ese Voltron fue mío, a lo mejor me lo dieron de Navidad fingiendo que nunca lo vi, al ser humano le fascina fingir, en la historia, en la economía, en el sexo, en la realidad, en el arte; incluso lo hacen un arte. Cuando estaba en el kínder (ese día pasaban lista, y cuando nombraron a una tal Paty nadie apreció mi chiste de llamarla patona, y me llevaron con la directora), y me acuerdo que esa directora también me quitó unos monitos de las tortugas ninja, un gorila y un conejo, y junto con dos amigos logramos rescatarlo porque la directora torpemente los había dejado en la ventana de su oficina, donde bastaba estirar el brazo y achicar el cráneo para meterse y recuperarlos. No lograron matar mi espíritu, y lo digo porque esas figuras eran mis piezas de ajedrez para planear el nuevo orden mundial, plan que culminaría quizá en unos años.

Eso fue en Torreón Coahuila, luego terminando primero de primaria mi familia tuvo que mudarse al Distrito Federal, todo esto por trabajo de mi papá. Como entonces no tenía muy clara la diferencia entre país y estado, yo entendí que íbamos de México a México, entonces mucha importancia no le di. Era lo mismo, en una casa más pequeña donde los vecinos tenían unos perros malabaristas que vivían en los techos. Ah, ahí es cuando se perdió mi perrito, antes de venir al D.F., luego apareció y nos lo enviaron en el camión de mudanzas: los sillones, la sala, y el perro. Y en la escuela había banderitas de colores que indicaban la contaminación. Unos amigos tomaban clases de música, pero entonces la música no interesaba. A la maestra la operaron en ese año, pero mientras todos lloraron yo no sentí nada, bola de llorones. Aunque es entendible, era su maestra desde kínder, y para mí una señora. Duramos el año ahí, y para tercero de primaria estábamos en Uruapan Michoacán, mientras todos en el D.F. pensaron que me mudaba a Europa debido a un pequeño error de dicción. Mientras en el D.F. me daban clases de francés, que era muy fácil, en Uruapan me metí al equipo de fútbol, que era muy difícil. Pero era buen portero. Vivíamos en El Mirador, una colonia empedrada burguesita que se levantaba por encima de mercados, fondas, y calles maltratadas. Ahí fue donde no aprendí a andar en bicicleta, pero sí a patinar. Había un señor que tenía como veinte animales en su casa, incluyendo un chango, guacamayas, patos, perros, gatos, y otros que no me sabía su nombre, entonces no me puedo acordar. El primer día de escuela fue la segunda vez que me sentí desconocido, un tipo más alto decidió moléstame, y antes de que empezaran las clases terminó con mi zapato en su cara, me fui a formar y creo que nadie me pudo ubicar jamás, como era nuevo. Era como ser invisible. Otra vez me mandaron a la dirección porque me puse imitar al maestro de inglés hablando con la subdirectora en un dialecto que no entendía. Fuckers. Por eso al Teacher Mariano en lugar de decir good morning Teacher Mariano, todos decíamos good morning Pinche Marrano. Pero era un buen estudiante. Para cuarto de primaria saqué por primera vez puro diez en mi boleta y hubiera sido jefe de grupo (un puesto significativo sin importancia, como empleado del mes), de no ser porque una semana antes de serlo nos movimos a Saltillo Coahuila en pleno cuarto de primaria. En saltillo hubo tres casas, pan de pulque, y un montón de buscapleitos en una cochina escuela religiosa, que por algún motivo pensaba que poner a 45 varones en un salón era buena idea. Peleaba mucho y tenía un amigo o dos, y a mis muñecos de Dragon Ball mezclados con las tortugas ninja, que seguían siendo mi reino imaginario donde planeaba nuevos mundos. Más tarde que pronto salimos de esas montañas frías y nos fuimos un buen año a Villahermosa Tabasco, un lugar paradisiaco donde las iguanas tomaban el sol en tu patio, y las lagartijas te cantaban en la cama. Ahí tuve muy buenos amigos en primero de secundaria, que luego busqué en Facebook para descubrir que eran un montón de lelos que no sabían escribir ni tomar fotos; nunca busquen a nadie en Facebook. Pero fueron buenos tiempos, la primera vez que me enamoré, la primera y última vez que bailé, y la primera vez que un amigo llevó porno al salón y lo suspendieron, bella cosa. Patinaba afuera de la casa en un parque gigante, el parque La Choca, que estaba lleno los domingos y vacío los lunes. Todos los días regresaba a mi casa caminando, pasando por cosas verdes que no había visto jamás, casas de amigos, y una tienda con arcade, maquinitas les decíamos entonces. Pero un día no regresé caminando, sino que pasaron mis papás por mí. Tenían que firmar porque nos mudábamos de vuelta a Torreón, y me acuerdo que por primera vez nunca me despedí de nadie.

Era segundo de secundaria cuando volví a Torreón (quién se acuerda de los años), con una familia con la que nunca crecí y amigos que nunca me extrañaron. Me juntaba mucho con mi primo Edgar (íbamos a nadar diario), que era de mi edad, y con dos amigos de cuyo nombre me duele acordarme, que no eran de mi escuela pero sí eran mis compañeros, y que luego se murieron en 2001 (cómo no acordarse de los años) en un accidente de carretera hacia Saltillo. Se llamaban Miguel y Karla, la segunda fue mi primera novia. Y el cielo de Torreón era completamente despejado, desnudo, se miran las estrellas aunque uno no quiera, y es hermoso, pero te deja a la intemperie. Entonces vinieron muchos cambios, entonces me deshice de los juguetes (menos uno de The Legend of Zelda que me regaló Karla, que todavía conservo) y metía la cabeza en los libros, primero en clases para no hablarle a nadie, y luego en el que pudiera encontrar para que no me hablara nadie. Extrañaba mucho a Miguel Angel, que era el nombre de mi tortuga ninja y de mi amigo, entonces empecé a planear de nuevo, pero en otros mundos creados por Nietzsche, o Freud, o cuentos en inglés, que empezaba a dominar. Todos saben que no hay nada más patético que un adolescente que lee a Nietzsche, y yo era el alfa en eso. Pasé la secundaria casi de noche y entré a la preparatoria donde me enamoré una vez o dos, una Veracruzana que me hartó por deprimente, y una señorita que sospecho sigue viva pero nos dijo a todos que se suicidó. Todos estamos tan rotos.

Entonces entré a prepa LaSallista, igual que mis últimos años de primaria, por lo que ya me sabía los conjuros que había que recitar antes de cada clase, y a principio de cada mes íbamos a una tumba gigante para bebernos la sangre de un dios de 2000 años. Fui misionero y pastoralista en misiones, lo cual me dio superpoderes temporales para dar una mini-misa y hacer sentir a todos muy bonito. Me gustó eso. No tanto la misa, sino tener a la gente atenta y abstraída; pueden sentarse, pueden ponerse de pie, arrodíllense. ¡Traigan ofrenda a su líder! Buajajá.

Fue padre la preparatoria porque en muchas cosas me recordó a Tabasco, caminando a mi casa a la salida, pasando por la casa de algún amigo con pizza y videojuegos. También fue cuando me obligaron a leer mis primeros libros, digo obligaron porque yo no quería leer eso, sino otras cosas. Teníamos examen de Cien años de soledad y el Retrato de Dorian Grey, y admitámoslo, quién rayos se acuerda de qué color eran las sábanas donde Aureliano se planchaba a las gitanas. Los textos que yo consideraba inventivos los calificaban de infantiles, mientras elogiaban a un tipo que comparaba su guitarra con las curvas de una mujer. Pues a la puta madre tu guitarra y sus fórmulas, y los que piensan que puedes definirte como empirista o existencialista basado en un test tomado en clase de filosofía de la preparatoria. Como muchos empecé a odiar los convencionalismos religiosos, pero como pocos no me lo callaba. Como si nadie hubiera odiado a su prójimo, como si nadie se hubiera cagado en dios, como si nadie se hubiera masturbado, como si no estuvieran todos solos.

Pasé un año después de la preparatoria en la nada, estudiando música y computación. Otros seis meses menos por la tontería de tratar de estudiar derecho como mi papá, a cambio de doce monedas de oro. Podría haber sido psicología, o letras, pero fue comunicación. Quería ver cómo funciona la gente, pero no por fuera como los sociólogos ni por dentro como los doctores, sino más adentro, o más afuera, o en ningún lado, en el lenguaje, en las palabras, en los actos, en contrapunto. Sería mi herramienta para poder escribir el nuevo mundo.

Si me he detenido a narrar detalles es porque no quiero hacer ninguna de dos cosas: ni detenerme sólo en lo anecdótico a dar fechas y nombres, ni detenerme sólo en lo metafísico a crear un cuadro falso de mí mismo. Creo que los actos y el aliento que levanta esos actos van siempre de la mano, como dar un beso, o salir de viaje, o desempacar una caja, o no querer manejar, o flotar en una alberca.

Aprendí que quería ser escritor, aprendí a no leer los libros para algunas materias, y leerlos luego con mucho más interés, aprendí a hacer agua y no ahogarme, a flotar en el vacío, pero lo que nunca voy a aprender es a poner los pies sobre la tierra. El mundo es demasiado corto y la vida es demasiado larga como para limitarse a un simple contexto, voy a navegar con el único lucero que necesito, a terminar de escribir mi plan hecho de espejos rotos.

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