Nací con orgullo en el desierto, técnicamente en un semi-desierto. Lleno de plaguientos y moribundos laureles de la india, horribles y descontextualizados ficus enanos, hermosos Huizaches y espinosas suculentas de todo tipo. Como película del spaguetti western pasan greñudas y bandidos armados por las sucias calles, donde de vez en cuando te encuentras uno que otro cadáver abandonado en una esquina, o con suerte puedes observar cómo hornean uno en el acto. Es mi ciudad, Torreón, Coahuila, lugar de rojos atardeceres y azules amaneceres. El ambiente huele a carne asada los fines de semana, entre semana suele haber un tufo entre estiércol, pollo, plomo y pólvora. Muchos sueños se gestan aquí y los alimentamos con comida española, árabe, china, pollo asado, tacos, burros y hamburguesas en cada esquina y a cada hora.
Tal vez por eso nací en medio de lo que, pensaba mi madre, era una indigestión por unos tacos que había comido en la feria. Llevo por nombre el mismo que mi padre y la mitad de mi abuelo, Raúl Alberto, el apellido Blackaller lo heredamos de un viejo migrante que vino a trabajar en la otrora industriosa Monclova, Coahuila. Yo solía pensar, o me gustaba pensar, que había sido expulsado de Inglaterra por hereje. Ahora me entero, por un infumable libro de un pariente, que vino contratado a trabajar como ingeniero para una compañía. Eso no es tan romántico. El otro apellido Velázquez es un intrincado laberinto sureño. Época de revolución y desorden, en algunos momentos fue cambiando hasta quedar en su forma actual. Mi abuelo Velázquez proviene de una familia Juchiteca, por supuesto enclavada en el Istmo de Tehuantepec. Su historia forma parte del imaginario familiar como si de un poema se tratara. La historia de mis abuelos es tan romántica que aun ahora hace suspirar a los nietos. Mi abuelo ferrocarrilero trabajaba como auditor de trenes y le tocó perforarle el boleto a mi abuela, terminando de hacerlo la pellizcó en un brazo y no le devolvió la feria del importe del boleto, se cartearon como se hacía en los buenos tiempos y se casaron en contra de la voluntad de la madre de mi abuela. Mis abuelos Blackaller no se soportaban, no dormían en la misma cama ni en el mismo cuarto. De ellos nunca supe su historia. Mi familia Velázquez vive añorando el sur, como si alguna vez hubieran vivido allí, bueno, de Chiapas son al menos los primeros tres hijos, de Saltillo otros tres y de Torreón dos; una decoradora, un economista, una socióloga, una ingeniera con doctorado en educación, un ingeniero civil, un odontólogo, una pintora y una maestra de jardín. Mi abuelo Velázquez llegaba y le decía a mi abuela
Me bebí todas las enciclopedias de mi casa, que no eran pocas, mi padre no lee pero le gusta comprar libros. Cuando vio que me gustaba leer, siempre que tenía oportunidad, me compraba libros, muchas biografías. Así conocí la vida de Raísa Gorbachova, Lech Walesa, artistas, escritores, arquitectos, diseñadores, políticos y demás. Luego pude comprar mis libros y descubrí a Kundera, Pamuk, Murakami, Higashino, Xiaolong, Tanizaki, Mishima, Yoshimoto, Fisher, entre otros. Escribo poesía desde los 15 años, aunque leo poesía desde mucho antes, Lorca, Sabines, Benedetti, Hernández, autores clásicos, modernos, contemporáneos, orientales, occidentales, del norte y del sur. Beaudelaire sobrepasa mi imaginación. Me gusta el Metal Gótico, Simphonic Doom y el Death casi tanto como la trova y la música clásica.
Estudié leyes, pero me incliné por la educación. He dado clases por más de 10 años y ahora tengo el proyecto de iniciar un colegio donde pueda aplicar todo lo que he aprendido. Sueño con fundar una revista de corte cultural, artístico. Y de publicar mis escritos.
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