jueves, 24 de febrero de 2011

Instructivo para sobrevivir en Torreón


Por: Diana Leticia Nápoles Alvarado.
Comunicación. Sexto semestre.
Adiestrado el hombre no puede vivir, no puede crear, no puede sentir. La vida es un papel en blanco, una fila de intenciones, un montón de arrebatos. Pero si alguna vez un hombre llegara a verse en la necesidad de leer este instructivo por causas de fuerza mayor, en él encontraría un acercamiento a la vida de la ciudad de Torreón.
Hombres fuertes, de caracteres endebles habitan esta ciudad. Mujeres débiles de corazón perspicaz, niños chorreados de sonrisa abierta y desahogada. Ésta es una ciudad donde se olvida lo que tenga que olvidarse, donde las calles se dividen en el mismo número de pasos que uno quiera dar. Torreón es un pueblo, digo, una ciudad donde los veranos son intensos, y el suelo se resquebraja con sólo voltearlo a mirar.
Torreón; ciudad de locos, artistas, obreros y empleados de confianza, porque aquí la gente es muy confiable, uno puede ir por la calle contando sus secretos sin que los árboles oigan y sin que los perros ladren.
Cuando uno decide que va a vivir en esta ciudad hay que tomarse en consideración los siguientes puntos: número-uno-punto-y-guión, las horas hábiles están restringidas para los precavidos que valoran su seguridad. Si usted es de los que no atiende este tipo de cuestiones porque piensa que la vida es para vivirse ahora, entonces tal vez se encuentre con unas calles medio desiertas (o debería decir en el desierto infame de la locuacidad) por ahí de las 8 de la noche, pero no se preocupe, que nunca falta un bohemio que esté dispuesto a acompañar.
Ésta es una ciudad de ayeres mejores, de música alegre tras muros de alambre. Es un sitio para valientes, para ojos indolentes que esconden la cordialidad.
Los mejores días de mi vida han transcurrido en Torreón, pero también los más aciagos; así que no le diré que vengan con una actitud diferente de la que siempre se carga en el asiento trasero con las previsiones, ni que ponga su mejor cara cuando llegue a saludar a uno de los citadinos, porque en realidad nada de lo que finja o intente podrá cambiar el mundo al que se enfrenta. No trate de sacar provecho de su condición de recién llegado, pues la gente lo notará enseguida, mejor intente llevar la vida que ha estado esperando vivir siempre, o la repetición de la que ha pasado invariablemente.
Cuando salga a la calle tenga en cuenta que la temperatura puede cambiar inesperadamente, que los perros callejeros caminarán tras usted alrededor de media cuadra en busca de un olor familiar que les permita continuar siguiéndolo para hacerlo sentir compasión de su miserable condición de can sin dueño y le procura un poco de comida.
Sea usted quien sea, no se deje intimidar por lo que vea, por lo que le recuerden las calles plagadas de carteles y de aspirantes a formar parte de la insinuante vida fácil. Apenas se empiece a acostumbrar al aire ‘emplomado’, sabrá que no hay mucho qué salir a mirar. Los parques son escasos, las charlas llegan a convertirse en un juego de obstinados y las mujeres, esas sí que saben cómo sacar de quicio a quien esté dispuesto a soportarlas escucharlas.
Pero ante todo, lo que nunca debe olvidar, es que Torreón no es más que un bosquejo de realidad, y que pase lo que pase, es usted quien terminará poniéndole color y nombre a cada lugar.

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