Sucedió que un fama bailaba tregua y bailaba cátala delante de un almacén lleno de cronopios y esperanzas. Las más irritadas eran las esperanzas porque buscan siempre que los famas no bailen tregua ni cátala sino espera, que es el baile que conocen los cronopios y las esperanzas.
Los famas se sitúan a propósito delante de los almacenes, y esta vez el fama bailaba tregua y bailaba cátala para molestar a las esperanzas. Una de las esperanzas dejó en el suelo su pez de flauta —pues las esperanzas, como el Rey del Mar, están siempre asistidas de peces de flauta— y salió a imprecar al fama, diciéndole así:
—Fama, no bailes tregua ni cátala delante de este almacén.
El fama seguía bailando y se reía.
La esperanza llamó a otras esperanzas, y los cronopios formaron corro para ver lo que pasaría.
—Fama —dijeron las esperanzas—. No bailes tregua ni cátala delante de este almacén.
Pero el fama bailaba y se reía, para menoscabar a las esperanzas.
Entonces las esperanzas se arrojaron sobre el fama y lo lastimaron. Lo dejaron caído al lado de un palenque, y el fama se quejaba, envuelto en su sangre y su tristeza.
Los cronopios vinieron furtivamente, esos objetos verdes y húmedos. Rodeaban al fama y lo compadecían, diciéndole así:
—Cronopio cronopio cronopio.
Y el fama comprendía, y su soledad era menos amarga.
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